Para que haya un reparto equitativo, derechos y deberes deben ser proporcionales a la tierra cultivada, pero, además, es necesaria una frecuencia de riego uniforme para todos los usuarios, porque así se prolonga el período entre riegos a medida que la disponibilidad del recurso disminuye. Cuando hay uniformidad en la frecuencia de riego, cada miembro recibe una asignación de agua en cada ciclo y los daños provocados por la sequía se reparten equitativamente entre los usuarios. Eso se consigue mediante una distribución contigua del agua, es decir, empezando aguas arriba y regando campo a campo y canal a canal, hasta que una vez se ha llegado a la cola del sistema el ciclo vuelve a empezar. Además, la contigüidad contribuye a solucionar uno de los problemas inherentes a los recursos comunales, ya que en el tiempo de espera para el riego, la vigilancia mutua se efectúa de forma rutinaria. Todo eso genera transparencia y reduce la conflictividad en el sistema.
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