Las inundaciones se han considerado, desde siempre, fenómenos catastróficos asociados a pérdidas y destrucción. Se trata, sin embargo, de un proceso natural que ha existido desde siempre y que forma parte de la evolución y formación del territorio que ocupamos. Son muchos los ejemplos que se ofrecen sobre culturas milenarias que han sabido prosperar en zonas inundables, donde los ríos desbordaban cada cierto tiempo, con casos emblemáticos como el Tigris y el Eufrates, el Nilo, los ríos Indo, Ganges y Brahmaputra, o en China, a orillas de los ríos Yangtsé y Amarillo. En muchas partes del mundo, los ríos y sus planicies de inundación no solo garantizan agua y otros recursos naturales, sino que también mejoran las condiciones de los suelos para la agricultura, ya que de ellos puede depender la renovación de la fertilidad del suelo, gracias a los sedimentos depositados tras una inundación. En el caso que nos ocupa los fenómenos recurrentes de las inundaciones vienen dados de forma, por lo general, más violenta, con avenidas repentinas en cuencas de drenaje como la del barranco de Carraixet que, por lo general permanecen secas todo el año.
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