La huerta es un ejemplo de espacio agrario urbano. Constituye un sistema económico que, además de producir alimentos y generar trabajo, contribuye a la sostenibilidad de la ciudad y ofrece funciones ecológicas y culturales a los ciudadanos. Pero es un sistema frágil, sometido a la presión por el uso del suelo y la marginalización de la actividad agraria. Las alternativas para la conservación de la huerta pasan por reconocer el papel del agricultor en su mantenimiento, el diseño de mecanismos que permiten la remuneración de las externalidades positivas que genera y la inclusión del espacio agrario en la política de planificación urbana.
Las políticas agrarias y de desarrollo rural clásicas han tenido una incidencia limitada o nula en el espacio agrario urbano. Se necesitan mecanismos específicos, como los mercados de derechos ambientales, que constituyen una oportunidad para la Huerta. Además, se ha de estimular el relevo generacional en el sector agrario y fomentar la creación de empresas vinculadas al medio ambiente para contribuir a reactivar el tejido económico de la Huerta.
Aunque las subvenciones públicas no son la solución, la Huerta necesita de una acción decidida de los poderes públicos para proteger el espacio agrario, mejorar la situación de los productores, remunerar las externalidades y facilitar la consolidación de las redes alimentarias locales.
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